sábado, 16 de abril de 2011

Mi venganza

Me siento tan solo aquí, la vida me abruma con su constante ir y venir, con su interminable sucesión de momentos, de segundos en los que todo lo que sentías puede cambiar. Un segundo, sólo eso es lo que se necesita para destrozar un corazón, y lo peor de todo es que ni siquiera lo supe por ti; no, no lo supe por ti. Tuve que enterarme preguntando, investigando, metiéndome hasta el cuello en toda la información que de ti iba adquiriendo.

Creo que ese fue mi error, querer saber más de ti, creer ingenuamente que si me interesaba por ti tú ibas a caer en mis brazos sin siquiera cuestionártelo. Porque te amo. Maldita sea mi puta desgracia, te amo. No te volveré a hablar, no volveré a dirigirte una sola de mis palabras mientras dure tu felicidad.

Pero no es tu culpa, cómo podría ser tu culpa si tú jamás te enteraste de lo mucho que me dolía verte. Tú siempre estabas allá, alejado de mí, mientras yo me quedaba parado contemplándote cuando pasabas con tu sonrisa capaz de abrir los muros de mi corazón, esos muros flaqueados por minotauros que tú destrozaste sin piedad en el momento en el que te paraste junto a mí y me sonreíste de esa manera, esos muros que yo juré, por el poder del Hades, jamás echar abajo. Esos muros que otros quisieron, como se quiere a la vida, destruir con patéticos métodos de conquista, con meses y años de súplica y que tú, simplemente con decirme un frase, provocaste, cual terremoto atronador, que se resquebrajaran en una grieta tan profunda que ni aun con los fuertes cimientos hefestianos pudo resistir el momento en el que, en un espectáculo impresionante, se fue cayendo pedazo a pedazo.

Y cuando ya estaba así mi corazón, a la total merced de las terribles Furias castigadoras y del indomable Radamanto, dejaste que me cayera por el oscuro agujero de la ilusión, en el maldito culo de la miseria sentimental donde los miserables sufren miserablemente sin que nadie pueda ayudarles. Y aquí estoy, diciéndote esto desde ese culo al que tanto desprecio pero del que no podré salir, estoy seguro, en mucho tiempo. Y te culpo. Te culpo por no ser libre, por ser el hombre al que anhelo y que nunca tendré. Te culpo por estar ahí, por saludarme, por sonreírme. Por verme. Por existir. No diré que quiero que seas feliz porque te echaría una mentira; no quiero que seas feliz, quiero que sufras, quiero que tu amor te abandone para que sientas lo mucho que duelen, que escuecen, que arden las llagas que abriste sin ninguna consideración.

Entonces, sólo entonces, como almas iguales que se encuentran en el agujero de la ilusión y el culo de la miseria, podré mirarte a tus ojos tristes y húmedos de lágrimas sangrientas y decirte lo mucho que me alegra verte en desgracia, lo mucho que me regocija saber que sufres igual que yo; y luego te besaré, y será el mejor beso que te hayan dado en toda tu vida, la hiel de mis labios te sabrá dulce y entonces compararás mi beso con los suyos, y al recordar llorarás rocío de alegría, tu saliva tratará de cautivar mi boca y por un momento pensarás que tal vez puedas ser feliz de nuevo. Pero mi lengua, cual venenosa serpiente, matará, gota a gota, de manera terriblemente lenta, la amortentia rociada por tu labios en mi boca. Me separaré de ti y te lanzaré una sonrisa despectiva mientras me burlo de tus esperanzas e ilusiones. Daré media vuelta y te dejaré parado contemplando mis andares confiados y seguros, aparentemente con tu presencia ya olvidada por mí.

Me alejaré a una distancia donde aún puedas verme y en ese momento podrás contemplarme tratando de ser feliz con alguien más, teniendo en los labios una sonrisa destruye muros y pensando en lo bien que se siente salir del agujero, escaparse del culo, esos en los que tú apenas habrás incursionado, esos en los que serás nuevo. Esos en los que te vas a quedar…para siempre.

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