martes, 18 de mayo de 2010

EL VASO

Mi vaso, perfecta muestra del maravilloso trabajo del vidrio soplado, descansa ahora sobre el escritorio de la computara, como si de un hermoso adorno se tratara. Su tonalidad cerúlea-transparente me evoca los recuerdos más interesantes de la época en la que me consideraba pintor, cuando tuve que aprender a identificar por sus nombres todas las tonalidades de todos los colores. El cerúleo es el tono de azul que más me gusta, y ahora que lo veo repetido en el vidrio del cual está hecho el vaso, mi boca no puede evitar formar una sonrisa.

Mide exactamente una cuarta de altura, lo sé porque en la primaria me enseñaron a hacer esa medida con mi mano y en la época actual la sigo usando cuando necesito medir algo y no tengo ningún instrumento para este fin. Es grueso, pero no pudo dar una medida especifica para determinar qué tan grueso; tal vez tenga el diámetro de una naranja mediana.

A la mitad del vaso, tiene un sencillo grabado en relieve hacia dentro de él; muy sencillo ya lo dije, sólo unas finas líneas que lo recorren desde esa mitad hasta su base y hacen que imagine que el vaso está coronado como rey aunque yo sea el que dispone de él y no al revés.

Desde el momento en el que lo compre en una tienda departamental, no he dejado de usarlo; cada bebida que quiero llevarme a la boca debe estar en ese vaso. Me gusta su textura suave y dura y la sensación que produce el contacto del frío cristal con la calidez de mi mano y, posteriormente, con la humedad de mi boca.
Ese es mi vaso, el único que uso cuando estoy en mi casa, el único que me acompaña cuando estoy solo, como ahora mismo. Aquí conmigo hasta que, en algún momento de descuido, se quiebre en mil pedazos.

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